
Estaba tan ilusionada. Por fin supe que vendrías. Así que fue a comprarme ropa nueva, para estar elegante cuando tú llegaras. Me fui incluso a la peluquería. Quería estar a la altura. Tu belleza no se puede igualar, pero… ¿Por qué no intentarlo? Cuando volví a mi casa, empecé a preparar una cena, que te pudiera gustar. Me esmeré tanto, que estuve hora en los fogones. Por primera vez quería que probarás algo mi. Ordené toda la casa. Ordené todos los rincones, incluso los que tú nunca verías. Cambié las sabanas a toda la casa, le quité el polvo hasta al viento. Lo arreglé todo. Puse una mesa digna de un restaurante de cinco estrellas. Todo era tan perfecto. La comida ya estaba en la mesa. Yo ya estaba lista, me había puesto la ropa nueva, y me había maquillado para ti. Puse una suave música. Algo tranquilo, nada ruidoso, que hiciera el ambiente especial. Encendí dos velas en medio de la mesa, y apagué las luces. Me senté en una silla, con los codos apoyados en la mesa, deseante de que llegaras.
Pasaban los minutos, y el timbre no sonaba. Seguro que te retrasarías. Te harías de rogar como siempre hacías. Fui al baño un par de veces a comprobar que el peinado y el maquillaje seguían en su sitio. Los minutos pasaban, y tú no aparecías. ¿Dónde estabas? ¿Dónde te habías metido? ¿Por qué tardabas tanto? ¿Por qué no venias?
Puse la tele, para pasar el rato más rápido hasta tu llegada. Me dolían los pies de los tacones, no suelo ponérmelos ¿sabes? Pero para las ocasiones especiales como está, si. Me los quité, y subí mis pies al sofá. No había nada interesante en la tele, y cada dos por tres miraba hacia la puerta, deseosa de que el timbre sonará por fin, y al abrir la puerta aparecieras. Pero nada. Silencio, solo se escuchaba el sonido leve de la televisión y las velas consumiéndose. Me tumbé en el sofá con cuidado de no deshacer el peinado. Seguía cambiando de canales, pero la puerta no se abría. ¿Por qué no venias? ¿Te habría pasado algo? Los ojos me empezaban a doler, empezaban a cerrarse solos. Tenía mucho sueño. Ya era tarde. Muy tarde. Me quedé dormida, con la esperanza de que tocaras el timbre y aparecieses. Las velas se acabaron de consumir. Yo me quedé completamente dormida, con aquel vestido que me había puesto especialmente para ti. Con aquel peinado, que ahora se había quedado en nada. Con aquella inmensa ilusión de verte, y de abrazarte. De besarte. De no soltarte nunca jamás. De cenar contigo, de compartir esperanzas e ilusiones. Pero tú nunca apareciste. Nunca me distes ninguna explicación. Nunca exististe. Solo fuistes una ilusión de mi imaginación. Por una vez pensé que serias real.